lunes, 13 de abril de 2015

EL GUSANO. Capítulo 9: Una vieja deuda


Carlos, postrado, escucha. El hombre habla con acento español y con aliento alcohólico. Nunca dice su nombre. Sólo se limita a contar una historia: la suya. Le habla de su mujer y de sus tres hijos, de cómo los dejó abandonados allá, en el norte, librados a la suerte de Dios. De cómo se quedó con algo que no le pertenecía, y después regaló un montón de mercadería invaluable a un grupo de insignificantes criminales de Mar del Plata. 

—Más allá del dinero, chaval, me has metido en un lío de la hostia —dice el hombre, inexpresivo—. Hasta yo me vi obligado a dar algunas explicaciones... Y todo por tu culpa. 

Ahora el hombre sonríe. 

—Pero bueno, tú sabes, y si no te imaginarás, cómo son los negocios. De alguna manera he tenido que cobrarme la deuda... ¡Y aquí estás, coño! 

Carlos trata de decir algo, pero apenas realiza una mueca con su boca. 

—Tranquilo, chaval, que estás bajo el efecto de no sé cuántas sustancias, no te estreses —Lanza una risa áspera—. Seguramente te preguntarás cómo te encontramos. En realidad, mis hombres nunca dejaron de buscarte. Pero no ha sido hasta ahora, gracias a unos simpáticos aparatillos que tengo sueltos por la ciudad, que hemos podido localizarte. Un robot escaneó tu rostro y nos reveló tu auténtica identidad. De lo que es capaz la tecnología, ¿no? Y da gusto ver cómo las inversiones que uno realiza dan buenos resultados... No como tú, claro, que fuiste una pésima elección. 

Otra vez Carlos gesticula, se esfuerza por decir algo; un sonido gutural es lo único que consigue, entrecortado. 

—Sin embargo, todo llega. Una de mis mejores cualidades es la paciencia, ¿sabes? 

El hombre mira a su alrededor. 

—Tú no puedes verlo, pero en estos momentos estás conectado a un montón de tubos que inyectan en tu metabolismo todo tipo de sustancias. No es la primera vez que hacemos esto, pero sí la primera ocasión en la que el sujeto experimental no se nos muere. ¿Puedes creerlo? —De nuevo la risa—. En cierto sentido, eres un tío con suerte. Aunque, para serte franco, todavía una parte de mí desea verte morir. 

El hombre se calla y Carlos sabe que no miente. Pero algo en su interior le dice que lo mejor que podría pasarle ahora sería estar bien muerto, sin cables, ni sustancias, ni el parloteo incesante de ese gallego mafioso. 

—Pero, ante todo, soy un hombre de negocios... Y tengo para ti una proposición que no podrás rechazar.

Continuará...