sábado, 3 de enero de 2015

EL GUSANO. Capítulo 6: La misma cosa

Al capítulo 5

Ya no soy el mismo. 

Sé que me llaman el Gusano. 

Desde aquella noche –la noche del rayo, la noche que Lucía me dejó, la noche que la encontré... con Matías– mi cuerpo se fue transformando, y también mi mente. Estoy más alto, más pesado, pero me siento ágil como nunca. Cada músculo tiene una fuerza que no puedo explicar. Mi piel cambió; es naranja ahora, y poco a poco se fue cubriendo de escamas. Donde tendrían que estar mis ojos hay dos enormes círculos negros y mi visión aumentó, también de forma increíble. Y sobre mi cabeza dos antenas, que todo el tiempo me bombardean con información. Puedo escuchar los susurros de los habitantes de aquellos edificios, a los animales que habitan bajo el agua, y la radio, la televisión, conversaciones telefónicas, a la policía... Me cuesta mucho focalizarme, un esfuerzo doloroso. Mi boca no sirve para otra cosa que para comer o emitir esos aullidos escalofriantes. No puedo articular una sola sílaba. 

Al principio busqué matarme. Lo intenté tantas veces, de tantas formas distintas, que muchas ya no las recuerdo. Parece que soy indestructible. Sé que en la ciudad muchos me temen, y también sé que otros no, al contrario... En mi último intento de suicidio embestí un pesquero y casi mato a su tripulación; terminé acarreando el barco hasta la costa. Por episodios confusos como ese algunos ven en mí un héroe. Pero se equivocan, yo no estoy al servicio de nadie, ni si quiera deseo mi propia vida.

Yo estaba bien, hasta aquella noche. Nunca esperé la traición. Matías fue mi amigo durante muchos años, más de una vez me dio una mano cuando la necesité. Alguna vez sospeché que envidaba mi vida, algo de ella, a Lucía tal vez, pero creí que se trataba de la envidia razonable de alguien que nunca pudo formar vínculos fuertes, duraderos... Creí que nuestra amistad era algo fuerte y duradero.

Y Lucía...

Ella no era así, me cuesta creer que lo sea. Su cambio fue muy brusco. Anoche la vi. Me encontraba acá, al borde de la escollera, aprovechando la playa desierta, la misma que visitábamos siempre. Yo estaba hundido en pensamientos muy parecidos a estos. Vi que cruzaba la calle. El ruido del mundo cesó de golpe. Y a pesar de la bronca, del dolor, busqué pronunciar su nombre. No pude. Se me ocurrió escribirlo en la arena. Lo hice rápido y luego me sumergí, usé el mar como el escondite desde donde observarla. Noté sus ojos, los ojos que tan bien conozco, tristísimos. Tuve que contener las ganas de correr y abrazarla. No por mí, sino por ella, para no espantarla con mi figura monstruosa. Sin embargo mi cuerpo me traicionó, y cuando reaccioné, el agua me llegaba solo hasta los tobillos: había avanzado sin darme cuenta.

Antes de que pudiera volver a mi escondite me vio y, lo sorprendente, fue que pronunció mi nombre. No como me llaman ahora, sino el viejo, el que usaba hasta hace unos meses: Santiago. El sonido de su voz se clavó como un cuchillo en mi pecho; a pesar de eso regresé al mar en un par de saltos. Ella se quedó esperando alguna respuesta que jamás llegó.

Luego la vi darse vuelta. Leí la sorpresa en su cuerpo cuando leyó su nombre escrito en la arena. Observé cómo caía de rodillas y comenzaba a llorar. El esfuerzo que tuve que hacer para contenerme fue esta vez mucho más grande.

Ahora no dejo de pensar en que anoche descubrí dos cosas. Algo pasó desde que la vi con Matías: se arrepintió o... ¿Es muy descabellado creer que pudo haberla forzado de alguna manera a acostarse con él? Si algo aprendí en todo este tiempo, es que todo es posible.

Pero de lo que no caben dudas es que ella sospecha –sabe– que el Gusano y Santiago somos la misma persona, la misma cosa.

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